¿Qué nos pasó?
A veces no es la pregunta que nos hacemos cerca de las cinco de la mañana, cuando caemos en cuenta de que pronto habrá que enfrentar un nuevo día, mientras miramos el vacío o una espalda completamente extraña al otro lado de la cama. A veces es la pregunta que nos hacemos cuando, después de una presencia masiva en la Plaza de Mayo, nadie dice nada. Entonces empezamos a hacernos otras preguntas.
Los días que rodearon al 24 de marzo, con su conmemoración treintañera y la convocatoria a marchar, estuvieron cargados de reflexiones (algunas reunidas, por ejemplo,
acá) que daban una y más vueltas en torno a la cuestión de si iro no ir, celebrar o recordar en silencio. Más allá de las dieferencias sobre el tema, la Plaza se llenó de gente --se llenó de bloggers y de gente de clase media y media alta--, y en la red sobraron, también, las crónicas del día. Entonces, primera conjetura:
Las plazas a las que va la clase media despiertan más hermenéutica que las plazas de los pobres. La plaza de ayer, para bien o para mal, o, más bien, gracias a las dádivas o no, fue una plaza de
pobres, lo cual no es lo mismo que decir "del pueblo" -con otras implicancias que en esta oportunidad no nos detendremos a detallar. ¿Por qué? En primer lugar, porque la del 25 fue una plaza peronista. Y como un Golem con más fuerza que sabiduría fascina, pero se resiste a una interpretación. Pero además, porque la neurosis es una enfermedad de la que sólo pueden ocuparse las clases burguesa y pequeñoburguesa, y toda esa neura que nos produce -además del hecho, claro, de que estamos
pensando la cuestión- el ir o no ir a la Plaza en un aniversario del Golpe, las repercusiones de ese Golpe que todavía retumba en nuestras cabezas, la culpa y la necesidad de pensar quiénes somos en relación a la Dictadura, nos ocupa y produce discurso. Porque nos encanta hablar de nosotros mismos.
Ahora, ¿había clase media? Sí, había. Muchísimos funcionarios -porque son muchos-, ex montoneros -militantes de base-, y actuales ratas de ONGs. Algunos de ellos creerán en lo que hacen, en el lugar que ocupan: Creen en el Gobierno. Pero la pregunta más importante es esta: ¿había clase media espontánea? Muy poca, diría. El que no estaba cubriendo para un medio fue en plan sociológico o pasó de camino al analista. El que no, lo vio un rato por la tele y cuando apareció la Sole revoleando tela ya cambió al cable. Habrá quien le prestó más atención a los discursos, rescatando algo de alguno, torciendo un poco la boca durante otro. Pero a nadie se le despertaron las pasiones: ni la patriota, ni la setentista, ni la nacionalista --de los sueltos digo: ahí en la Plaza había unos cuantos a los que algo se les había despertado, aunque más no fuera el hambre.
Es que sí: el expresionista, con sus maneras bruscas y sus hipérboles, nos cae grueso. La esposa --aunque algún día hablaré de cómo me calienta su retórica-- se clava demasiado los pantalones ahí. El bigote da asco, y dicen los que saben que la política social del Gobierno es un desastre. Pero Tomada nos cae bien, Ginés nos cae bárbaro, y algunos gestos --pongamos, ta bien, aunque un poco perimido, el de la Corte-- nos encantan a pesar de que le emparejemos los bordes
exagerados y demagógicos con lima discursiva (y, si querés, el de la Esma también, que a quién no le encanta pasar y ver las siluetas en metal de jóvenes y embarazadas y contarle a sus hijos la historia de los villanos vestidos de marineros cuando pasan para el country de los amigos o para el restorán Siga la vaca).
Hace menos de un año se me acusó, entre bromas y en off the record, de
kirchnerista, por haber preferido a Bielsa en un debate televisivo del que participaba junto al candidato por el Pro y Carrió. Tuve que esgrimir una razón que excede la especificidad de este gobierno: que jamás había votado al peronismo. No hay distancia histórica para criticarlo, me dice mi amiga más sensata antes de decir "Yo lo voté". Hacia el otro lado de la mesa, una chica opina: "¿Querés saber lo que pienso? Que a nadie le importa un huevo los demás y que todos tratan de salvarse y cagar a los demás". Un rato antes, esa misma chica había dicho que en el sexo los hombres siempre pierden y las mujeres siempre ganan. Me pareció no entender. "¿Te gustó mi opinión?" No, le dije. Pero no te preocupes que no te voy a discutir. "Y además -agregó- vos te acabás de comer a todos esos seres de mar y ellos seguro van a llegar al Paraíso antes que vos." No entendí de nuevo.
Las opiniones idiotas, desde ya, no me interesan, pero tampoco las reaccionarias ni las de gorilas de izquierda. Ahí el argumento es simple. Lo que me falta encontrar es, como dice Martín, una cabeza nacional que tenga buenas razones para criticar a K, que no sean lo del autoritarismo porque esa es fácil de desarticular y porque a mí, sinceramente, no me pega. Que no sea que se ocupa de los pobres poco y mal --que no sea eso sólo. Que no sea que dirige la economía al tun tún montado en el caballito de la soberbia, o que navega la ola de la bonanza mundial. Que no sean las cuentas en Suiza. Que no sean cabitos sueltos sino una red de pensamiento que se tense y se sostenga. Algo que sirva de base para que por acá circule un debate un poquito más caliente.