El corazón de las rocas, el verano
De las conversaciones en una sola
lengua quedó una roca, el caracol seco
en el patio, donde tu hermana pedalea
la furia de las decisiones. El calor volvió
con toda la furia. Ustedes corrieron
a oler las flores y con tu certeza --
“Son jazmines”-- se evaporó
la magia de las feromonas.
Por el pasillo que va de la
incertidumbre a la necesidad
pasé haciendo bailar el camisón
para los vecinos y algo negro,
desde el fondo de tu habitación,
me recordó la mecánica del
aquí: No dormías. Lo negro
del ojo brillaba de más, como los ojos
de los animales nocturnos.
Te pregunté en qué pensabas.
“En las vacaciones. En las chicas
que jugaban al
goofy en la pileta.”
Una vez, atrapado por la
retórica, un hombre
me regaló una joya: un collar
de cristal de roca, una piedra atada
al cuello con mi nombre. En las vacaciones,
en la zona húmeda donde la espuma
viene y se va, la arena
formaba pocitos donde nos hundíamos,
y en esos pozos mínimos que hacían
los bichos de mar formando
constelaciones que jamás llegábamos
a descifrar, perseguíamos
nuestras ilusiones, la felicidad hecha
berberecho. Entre las rocas, con anteojos
negros y bikinis negras, las mamás
completamente manipuladas
por el viento de la orilla
hacíamos esfuerzos por hablar
de todo lo bueno y ustedes
iban, venían y cortaban
la negrura con sus rastrillos verdes,
los baldes rojos. Casi nevaba
con esas gotas, con una mano
mapeaba la superficie
del agua. Pensaba
en esa misma escena
en el verano siguiente, sólo
una libreta y un libro en la lengua
de lo que nunca hicimos.
Las gotas que salpicaban eran
casi nieve de tan frías. Las mamás
nos esforzábamos, o no tanto:
Lo bueno parecía estar en algún lado, cerca
en esos baldes, el rojo y el amarillo, llenos
de berberechos después de un rato.
Los dejamos ir, los soltamos, a la vera
de la correntada, a que siguieran hurgando con
su lengua los túneles de sus refugios, de sus
huidas. Por un rato, una de nosotras
lo posó en el brazo dorado que da
pan y trigo, miel y leche, y sintió
su lengua única, blanca
quitarle la sal a las espigas de su brazo
nutritivo, y se lo mostró a todos
para que no tuvieran miedo y lo devolvió
a la marea. Me imaginé la misma escena
en el verano siguiente, con la marea
más alta, el mapa de las palabras
cristalizado, el agua tapándonos
las rodillas. Mi niño-bañero izando
la bandera a media asta y recitando
la tabla del peligro como un
limerick, o una verdad científica
sobre el corazón de las cosas.
Comida china, gotas y videos
La semana pasada, que diluvió y parecía que el cielo se venía abajo, no quedó otra que ver videos. El agua cayó con piedad para los sojeros y sin piedad para los habitantes del conurbano que tuvieron que tantear el suelo con los pantalones arremangados y perder sus cosas por séptima vez. Y sin piedad también para los veraneantes en la costa y para los niños ricos a los que la lluvia los pone melancólicos. Por la lluvia, o por cualquier otro motivo, alguna gente la pasó bien y muchísima gente lloró.
El fin de semana yo
también fui al shopping. Tenía serias dudas: el Malba, ¿sería un sitio frío y repelente que se fijaría con insidia en que últimamente no combino bien las prendas, los estilos? ¿o resultaría un lugar acogedor donde refugiarse del agua de toda procedencia que cae en forma de gotas? No tengo conclusiones al respecto. Experimenté las situaciones a) y b) por igual y debería ir una tercera vez para desempatar.
Primero vi el corto de Gastón, y no era
el corto de los chicos pobres que se salvan por la música, era otro. Anita me había dicho: Lo vi en NY y es un desastre. Está bueno que te aniquilen las expectativas: la peli no está tan mal (creo que esta vuelta ni a Anita le resultó tan terrible) y
Carmen Chaplin --luego supe: una de las cientos de nietas del bigotito-- es un bombón magnético que se morfa los doce minutos y te hace sentir que no existe nada más en el mundo. Eso sí: no entendí por qué su personaje tenía que llamarse Liliana.
En el bar del Malba, rodeada de blanco y de chicas bien vestidas, disfruté de mi serenidad una tarde, y otra tarde me puse al día con una amiga que estudió política y trabaja en una tabacalera pero no fuma. En el bar, cruzando miradas que no llevarían a ninguna parte con chicos de pelo rizado y por las orejas, Gastón se quejó del proyector, del sonido y del país, mientras yo, diplomática como mi amiga que se dedica a las relaciones internacionales en la tabacalera, le sugería que se alegrara por la sala llena y los comentarios positivos en vez mandarlo a la mierda.
El día de la experiencia de tipo b), vi
Pauline en la playa, me reí bastante y choqué mis pulseras de acrílico amarillo, naranja y celeste cada vez que me acomodaba la pollera a lunares. En la semana vi unas cuantas pelis más cuya calaña surgía de la relación proporcional entre mi paciencia y la sagacidad del que atendía el videoclub del barrio cuando yo llamaba. Vi Tape (teatro mal actuado --salvo Uma), The door on the floor aka Una mujer infiel (aj),
A Love Song for Bobby Long aka Recuerdos del pasado (the heart is a lonely hunter),
Crash aka Vidas cruzadas (fuckin´ niggas), Sin City (mejor en cine),
The Assasination of Richard Nixon aka Días de furia (genial el detalle de los lentes de contacto marrones para Sean),
Hostage aka Bajo amenaza (golpe bajo), She Hate Me (boring), Narnia (¿no podían arreglarle los dientes a la nena?), Muñecas rusas (vergüenza ajena), La balada de Jack & Rose (me gustó).
Eso sin contar --porque no cuentan-- los retazos de Minnie, Cenicienta, Harry Potter y Babar. Aunque sí cuenta uno de
El viaje de Chihiro (al principio, cuando el padre de Chihiro se avalanza sobre la comida y engulle), que vi un rato con
Benita (es fanática) porque ella quería mostrarme: Ves mamá, esa comida quiero. Y yo, cual hada madrina encantada, aparecí con una bandeja de comida china --con palitos y todo, no importó que la peli fuera japonesa--, reciclada de la noche anterior, y conseguí que sus ojos enormes se hicieran todavía más enormes.
En la misma semana también fui a
caminar por San Telmo y al teatro con
María a ver Sanos y salvos (tremenda). Vi muchas cosas. Pensaba: Que las gotas que caen no te tapen la visión.
Soñé con vos, íbamos en un auto
Vos hablabas, yo te escuchaba y cuidaba mis palabras, porque te veía importante y no como yo, con mis obsesiones de materia vaga, impalpable. Como de día, yo te admiraba.
Eras igual al dibujo, el pelo naranja y con rulos, y manejabas, no sé si un auto u otra cosa, pero estaba claro que
vos ibas al volante.