Treinta y seis*
I
Casa de huesos, un esqueleto
de la lengua en la que asábamos
manzanas, los caramelos, nos
quemábamos los dedos, nueces,
tiza, y tocábamos lo áspero
de las palabras se lo llevaba el viento.
II
Ahora es hielo, amarillo y
ribeteado, una parcela verde
donde se juntan piedras. El campo
extraño, lleno de consonantes
-podría ser una tibia, una clavija-
que no hacen nada de lo suave.
III
Volvé, pasado. Por la aridez
del dedo gastado contra
las piedras caen de pie
sobre la espalda. La riqueza
de la gramática se agradece
y en la declinación: as, aes.
IV
Empujo hacia atrás, en la lengua
sin norte, en direcciones
surcadas por el paso brillante
de las íes y las erres a la vera
esclarecen la dicción, deciden no habrá
flores sobre los panes de pasto.
V
Existen en la mente las mentiras
de los huesos, las verdades
del nidito de amor en el que incubo
la cabeza como una bola
de cristal donde se lee
aquello que no hicimos, lo que sí.
VI
En la calle, pateo el hierro
de las fricativas, encuentro el lunar
perlado de rocío que te rozaba
los suéteres. Un botón de terciopelo
grande y colorado, montaña
de frío, con la que tropiezo y caigo.
VII
Y me dijo: “Soplá, Soplá
a contrapelo y sentí el vuelo
de las sibilantes, corré hacia el
Sur, cerrá esos puntitos
que son los ojos y creen ver
el deseo que tenemos”.
*[de Libérrimas -inédito]