viernes, agosto 18, 2006
En el cielo del Alzheimer
Ella sí flota ahí. Las visitas a la casa de mi abuela, desde donde veo casi la misma gente -extranjera, publicitaria- en el bar que antes era el Café de la Paix, son cada vez más espaciadas.
Sería tan fácil leer poesía en sus palabras dislocadas, fuera de tiempo. Pero elijo el camino difícil: no creer en la metáfora y sólo rescatar los fugaces trazos de naturalismo.
Recorro los pasillos mal iluminados de mi infancia y encuentro lo de siempre, las bibliotecas y las fotos: el retrato enorme de Annemarie Heinrich que corona la habitación principal en el que, entre sus hermanas, mi madre sufre -con unos diez años- un ostensible corte varonil, sin la más mínima conciencia de su belleza. Y esa otra en la que hace de novia con el vestido cortísimo y la capucha con borde de piel blanca, tierna osadía.
Entre los libros: los clásicos, los pensadores judíos y las escritoras de clase alta, sí; pero también esos Hemingways que mientras los grandes dormían la siesta me llegaban por ráfagas, los pesados nubarrones de Faulkner, el consuelo de Cortázar, y los que descubrí después: Marcuse, Cooke, Asís. Qué tendrá que ver esa mujer ajada, piel y huesos, ya con todo esto.
Hoy, noche de lectura y chocolate. ¶ viernes, agosto 18, 2006
Ella sí flota ahí. Las visitas a la casa de mi abuela, desde donde veo casi la misma gente -extranjera, publicitaria- en el bar que antes era el Café de la Paix, son cada vez más espaciadas. Sería tan fácil leer poesía en sus palabras dislocadas, fuera de tiempo. Pero elijo el camino difícil: no creer en la metáfora y sólo rescatar los fugaces trazos de naturalismo.
Recorro los pasillos mal iluminados de mi infancia y encuentro lo de siempre, las bibliotecas y las fotos: el retrato enorme de Annemarie Heinrich que corona la habitación principal en el que, entre sus hermanas, mi madre sufre -con unos diez años- un ostensible corte varonil, sin la más mínima conciencia de su belleza. Y esa otra en la que hace de novia con el vestido cortísimo y la capucha con borde de piel blanca, tierna osadía.
Entre los libros: los clásicos, los pensadores judíos y las escritoras de clase alta, sí; pero también esos Hemingways que mientras los grandes dormían la siesta me llegaban por ráfagas, los pesados nubarrones de Faulkner, el consuelo de Cortázar, y los que descubrí después: Marcuse, Cooke, Asís. Qué tendrá que ver esa mujer ajada, piel y huesos, ya con todo esto.
Hoy, noche de lectura y chocolate. ¶ viernes, agosto 18, 2006
Comments:
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Es que no hay otra: o te suicidás a los 50, o a los 80 te espera agazapado el Alzheimer
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: 9:41 a. m.
: 9:41 a. m.
Marcuse es mío, Cooke, casi seguro. En cambio de Asís no me hago cargo. No hay tutía.
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# posted by : 9:30 p. m.
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