Rompo el viento y la lógica de las adicciones
Hoy es el fin de la política, me dijo con la música más lábil: los domingos ya no habrá
rupturas y algo, entonces, se rompe para siempre. En los bares de mi barrio pusieron correas en las sillas. Leo los diarios y los de la mesa de al lado y el libro del cocinero de la violencia peronista (Yo me hubiera enamorado de él y me hubiera desenamorado al rato, como Inés, como siempre). Pienso que sirven para sostener niños, como si nunca hubiera tenido niños y no supiera que esas correas serían peligrosísimas. Pero, ah, son para amarrar carteras. Quisiera salir del barrio. Algunos se mudan a Boedo y otros... (Ayer
me dijo: Se me rompieron los vidrios, me voy a vivir a tu casa, con dos minas y los chicos. Te espero, le contesté, a mí la horda
me cae bien, y amo -por sobre todas las cosas- las mujeres y los niños.) Yo
también gozo con la privación. Hoy, y mañana: la desmesura.
*
Yo tengo un manual de estilo pero él tiene uno europeo. En la otra mesa, una chica con botas rojas y en la mía están de más las reminiscencias. Mi mente está llena de impurezas. Recorro temas banales, como el de las postergaciones vanas, y cuando me dicen "custodia" pienso en un negro con anteojos negros. Sueño profundo, sin pesadillas de responsabilidad ni de las otras. Recibo mensajes amables de mis esclavos camboyanos. Respondo acerca de mis efectos personales. Intento, con mucho empeño, romper la rutina a la que someten las adicciones. El abrigo se infla de viento. Pienso que tal vez también esté de más incluso esto.