Teoría del cielo
¿Por qué a los chicos que me gustan la plata se les escapa de las manos? ¿Por qué los países que me gustan al final son periféricos, marginales? El otro día, en la residencia de la embajadora de Finlandia en Argentina, éramos ocho. Ahí me enteré de que Finlandia, un país que no conozco y que siempre me gustó, como una modelo que además fuera inteligente, era el patito feo de Escandinavia. Según Tomi Kontio, el poeta homenajeado que había venido a presentar un libro publicado por
Black & Vermelho, los suecos son más ricos, más inteligentes y más lindos que los finlandeses.
Tomi (1966) me preguntó si acá nevaba, y me contó que allá nieva unos cinco o seis meses al año. Le pregunté si en su casa se peleaban por a quién le tocaba barrer la nieve de la entrada, como acá por a quién le toca lavar los platos (asumí que allá todos tienen lavavajillas), y me dijo que no porque en su edificio había portera, pero "the poor people"...
--Ah, ¿hay pobres en Finlandia? --dije yo.
--¡Oh, sí! --dijo él, entre ofendido y orgulloso.
Y así me enteré de que en Finlandia hay pobres.
También supe que el gorro que a mi hijo mayor le dio por no sacarse, uno naranja y rojo que dice TAMPERE CAMPING FINLANDIA y que mis padres trajeron de Finlandia circa 1969, era como si allá alguien usara un gorrito que dijera LA FALDA ´73.
Me enteré de muchas cosas, como que los finlandeses bailan tango (tango finlandés), que es muy parecido al nuestro, un poco más marcial, pero en vez de ser urbano es rural y un poco más... frío. Uno, ávido de viaje, lo bailó con cuanta dama nórdica se prestase y tuvo quorum, entre la embajadora (una mujer de pelo corto y nariz de duende, elegante, culta y feminista que repitió unas siete veces a lo largo de la velada que Finlandia fue el primer país en obtener el voto femenino y que la candidata pueda ser mujer), Petra, primer secretario (sic) (una rubia perfecta de ojos redondos y alertas que sabía demasiado sobre la realidad nacional: hasta tenía una lectura sobre la creación de la Ciudad Universitaria) y Eva (sick, porque terminó descompuesta), más al estilo Björk meets Scarlet.
Me pareció que entre ellos y nosotros había más en común de lo que creía. Mientras todos daban un paseo por el jardín de la residencia, me quedé en el living leyendo Anobium Pertinax, el libro de Tomi, y sentí que mi corazón se apretaba como un puño. En la traducción, en los poemas, matrimonios rotos pasando de una lengua a otra, de la tierra al cielo. Pensé en Swedenborg, que no es finlandés pero es escandinavo, en sus teorías del cielo y en las cosas que dice sobre el matrimonio:
Quienes viven en el auténtico amor conyugal permanecen en la divina verdad y en la divina bondad. También la falsedad y el mal se aman, pero este amor se transforma en un Infierno.
Cuando volvieron, pensando en el infierno, pregunté por los saunas. Allá son un ritual habitual, y en general los hombres y las mujeres los usan por separado. Quise saber si ahí, entre el calor infernal, seco (¿o era húmedo?) y sofocante, los hombres transpirados hablaban de mujeres. Y supe que sí, pero que no se excitan ni se les para porque el calor es demasiado. Una vez traté de cojer en un sauna y no pude, dijo uno.
Después del mal trago de la conversación sobre las papeleras (inevitable), siguieron otros tragos más dulces, mientras Tomi saciaba su curiosidad acerca de los piqueteros, los cartoneros (
ahí fue cuando tuvimos esta discusión ) y --el cielo se partió en dos por un rayo-- el peronismo.
En el taxi de vuelta, Tomi me preguntó si tenía plata para pagarlo. Le dije que sí, sin fuerzas para explicarle que mi sueldo debe ser parecido al peor subsidio de desempleo finlandés. Me dijo que hacía poco se había ganado un premio, muchos euros, pero que la plata se le escapa de las manos como arena. Me habló de la estrella polar, de lo mal que se sentía porque que su matrimonio no hubiera durado toda la vida, y de la amiga que había dibujado el pegaso tatuado en su antebrazo. Me dijo que tenía más tatuajes, uno de un avión y la cara de Kafka, más arriba, pero yo no los vi. Cuando llegué a casa, con todo esto en la cabeza y un par de cosas más, escribí este poema trasnochado que no sobrevivió al cielo blanco de la mañana siguiente.
En la corona del cielo
la luna del otoño: el verano
pasó volando. Ya casi no me acuerdo
de los huecos donde ahora asoman
juncos secos que se encienden
con los relámpago. Adentro
el humor se llena de humo, piñas
prendidas, y en seguida
nos sentimos perdidos.
Cada fósil una foto
envuelve la historia de una roca
en forma de corazón.
El texto sólido de una filosofía
para princesas escapa a un párrafo
escarpado, galopando discursos
levemente sin fondo.
Todavía hablamos de lo que fue
de las verdades y mentiras
de la democracia, la paz
que todos aman al final.
Las cosas se mueven
arrastrando y conforman
la aquitectura de un cielo
que visto de oscuridad.En la expansión: luz sin nubes,
matrimonio celeste. La luz así es justo
como tiene que ser, igual a la música
de vocales largas que bailamos
bajo el cielo de la pista.Cuando escuché "Marrina, Marrina..." supe que era hora de irme y me fui a dormir. Pero antes de acostarme intenté descifrar la dedicatoria que dejó Tomi en el ejemplar que me regaló
Cristian, leí un par de versos al azar --uno sobre un cielo de cuero y otro que decía "te arreglo el pelo"--, y casi, casi, lloro.