Jet Set, Trash and No Star
En la propaganda radial de All Stars un pibe que suponemos pequeñoburgués, hijo de la dueña de casa, le pregunta a la mucama paraguaya a dónde están sus zapatillas de esa marca. La empleada, querendona, dice haberlas rescatado de las garras podadoras de la patrona que quería, como a todo lo gastado, descartarlas. El patroncito, agradecido, la favorece sexualmente, pese a --o por-- los "nah, nah" de la empleada (que no tiene voz de ninfa) y, tras el clímax, se oye por boca de ésta última una profusión suspirada del léxico guaraní que suena más al nombre de un pájaro que a una exhalacíón amorosa. Esto, claro, es una glosa. Pero digamos que por ahí va la cosa.
Cuando era chica, y naufragaba las aguas de la
inadecuación social, durante un tiempo tuve un grupo de amigos que tenían sexo con las empleadas domésticas de sus casas. Los chicos tenían unos trece, catorce años, --las empleadas no sé--, y su denominador más común (porque algunos eran lindos y otros muy feos, algunos tenían un hermano mayor que escuchaba los Beatles y otros pensaban que la música era eso que salía por los costados del televisor) era vivir en Belgrano y veranear en Punta del Este. Estos chicos contaban con cierta anuencia silenciosa de sus blondas madres para cojerse a las mucamas y, los que no debutaban en Naná de Maldonado, lo hacían con la chica.
El martes, antes de que
Rex y
Obelix entregaran lo suyo --sin dudas lo mejor de la velada--, leyó Alicia Steimberg. Pero antes de leer, mintió. Dijo que no iba a hablar ni a contestar preguntas y estuvo un buen rato haciendo exactamente eso. Dijo, entre otras cosas, que si a ella se le ocurría escribir un tratado de física nuclear, la gente no sólo iba a pensar que el trabajo estaba mal sino que ella estaba completamente loca. Eso lo habrá dicho en relación al fenómeno por el cual médicos y demás ganan concursos literarios. Y da para hablar de eso también. Pero a lo que quiero llegar es que, después de decir muchas cosas más --las cuales al
Cocinero le parecían todas horribles; a mí no todas--, Steimberg contó los argumentos de dos cuentos posibles ("Juanita o La conversación de los Santos" y otro cuyo título no recuerdo), los sometió a votación y leyó el ganador: Juanita.
Juanita era el nombre de una empleada doméstica. El cuento no tenía nada que ver con la atmósfera de sala de costura de los de Silvina Ocampo, sino que en términos muy generales versaba con bastante poca originalidad sobre la relación de una patrona con su mucama. Entre la picardía que le descubrí a
Lolita, las anécdotas de Se.ba con su ex y los permanentes comentarios del
lampiño a mi lado, escuché poco más que los reclamos por un peine que no hallaba, pero el final era algo así: ella (la narradora) entraba en el cuarto de la mucama y del ropero salía un hombre que, encima, era su marido.
Hay alguna figura que esta constelación dibuja y que todavía no distingo con claridad. Mientras, anoto algunas cosas. Cuando la supuesta paraguaya de la propaganda radial dice la palabra aparentemente guaraní, me da vergüenza ajena. Me da vergüenza que lo escuche la señora paraguaya que trabaja en mi casa. Cuando a los trece mis amigos se jactaban de haberse garchado a la mucama, las chicas me daban pena --lo cual es tanto un prejuicio negativo hacia las propias muchachas como un argumento ad hominem (también me daba pena Tom cuando Jerry le ponía una bomba y quedaba negro y pelado).
Igual, como con lo de las
putas, surgen dudas. De la propaganda, se disparan dos paradigmas. Uno, con las cosas que a la mamá le gustan y otro con las cosas que a la mamá no le gustan. Entonces: zapatillas nuevas, chica bien (x); zapatillas gastadas, chica paraguaya (y). El problema es que ya es problemático determinar los sintagmas: lo opuesto a la novia deseable para el hijo pequeñoburgués, ¿es una chica paraguaya, o basta el sólo hecho de que sea una señora (recordemos que no parece joven --léase: gastada), extranjera, o mucama, empleada, de clase baja....? Uf.
La propaganda termina con una frase del locutor: "Empiezan a gustarte cuado a tu mamá dejan de gustarle" (si no es así, casi casi). A las mamás de mis amigos, a las que parecía no molestarles tanto que sus hijos se revolcaran en las dependencias, ¿les resultarían igual de indiferentes las zapatillas gastadas?
En el cuento de Steimberg, la narradora, tras la escena detonante, del marido no se separa pero a la mucama, inmediatamente, la echa. Después del aplauso, un pibe leyó un cuento que hablaba del desierto. Un amigo, al lado mío, me preguntó: ¿Conocés el desierto? Pensé en mi
hermanita en el Neguev, pensé en Aira ("El viento", creo), y le dije: No, pero a mí el desierto, la verdad, me queda un poco lejos.