Todas las cosas que quedaron por decir se dormirán
Irene baila con su hermana en la habitación. Se prueba una estola frente al espejo porque está empezando a sentirse princesa. En la casa donde nada, nada... y donde las cosas se dividen por el tipo de valor, curamos los dolores en la cama. Antes de dormir, tanteamos con una
película la tolerancia --ellos, la mía; yo, la mía-- del politburó parental, nos sacamos los ojos.
Ella estaría mucho más autorizada, pero yo nunca puedo dejar de pensar en mi madre cuando veo a Geraldine Chaplin. Mis hijos, con su familiaridad generacional frente a las imágenes en televisión, no dudan: "
Es tu madre". Hoy, de camino a comprar el regalo para un padre que no es mío, vi a un escritor comiendo solo junto a la ventana de una parrilla. Tomé café en una mesa grande donde creí que el Abad de Trabajo era el titular de la Afip, que el domingo pasado dijo en televisión "Mi teoría" y después: "Bueno, ´teoría´ es decir demasiado". Un Abad se preocupa por la retórica. Yo no debería increpar así a las personas. Más tarde, en el paseo obligado de los jóvenes sensibles con pelo cortado a cuchillo, estuve a diez metros de un Lichtenstein pero me propuse no acercármele. Estaba bien vestida, y sin embargo evité a los editores independientes que consumían allí con compañía. En la explanada saludé a una chica que no conocía pero ella se acercó y me dio conversación.
Ahora,
junto a las manillas de un reloj, froto con pasión para ahuyentar cualquier rastro el suelo de la habitación. Entre los libros, un cachorro de Jeff Koons dice que me ama para siempre. Y nosotros, en la cama, nos hacemos las preguntas retóricas de todos los domingos, mordemos el bombón con dulce de leche que empalaga el comienzo de la semana y vemos cómo las niñas besan cadáveres y
bailan.